SAN SEBASTIÁN, 50 AÑOS DE PARROQUIA

SAN SEBASTIÁN, 50 AÑOS DE PARROQUIA
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sábado, 26 de noviembre de 2016

CLAUSURA DIOCESANA DEL AÑO DE LA MISERICORDIA.

                                                          

MISA CON MOTIVO DE LA CLAUSURA DIOCESANA DEL AÑO DE LA MISERICORDIA 

Homilía del Sr. Obispo, Mons. Ciriaco Benavente Mateos Santa Iglesia Catedral de Albacete Sábado, 19 de noviembre de 2016 Mis queridos hermanos: Muchos de vosotros recordáis cómo, hace un año, abríamos solemnemente la Puerta Santa o Puerta del Perdón en nuestra catedral. En nuestra peregrinación a la catedral nos precedía el libro de los Evangelios, como expresión de que Cristo camina con nosotros, que somos sus discípulos, que Él va delante. La Palabra de Dios es luz y guía para los seguidores. La Puerta Santa nos recordaba a Cristo mismo que nos dice en el Evangelio: “En verdad, en verdad os digo: Yo soy la puerta de las ovejas; si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pastos” (Jn 10, 7-10). La puerta remite también a la puerta del corazón misericordioso de Dios, desvelado en el costado abierto de Cristo en la cruz (cf. Jn. 19,34) La puerta de entrada en la Iglesia, comunidad de Jesús, es el sacramento del Bautismo. Entrar por la Puerta Santa de nuestra catedral nos obliga a pasar por la capilla bautismal. ¡Qué significativo también este simbolismo! Con la bendición y aspersión del agua hemos hecho memoria viva de nuestro bautismo, por el que nos convertimos en hijos de Dios, miembros del cuerpo de Cristo: “linaje escogido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido por Dios” (cf 1 Pe 2, 9). Luego, aquí, en esta misma mesa teníamos la celebración de la Eucaristía. El Señor quiso perpetuar la entrega de su vida y de su muerte en el misterio eucarístico. En la Eucaristía acogemos la misericordia (“se entregó por nosotros”), nos alimentamos del pan de la misericordia (“tomad y comed, esto es mi Cuerpo”) y aprendemos a hacernos pan partido de misericordia para nuestros hermanos (“haced esto en memoria mía”) Por eso, la Eucaristía, es fuente de la misericordia. En la Eucaristía, el Padre sale al encuentro de todos los que le buscamos con sincero corazón, nos ofrece su alianza en la sangre de Cristo, y nos hace pregustar la vida eterna de su Reino, donde, “junto con toda la creación, libre ya del pecado y de la muerte, le glorificaremos”. Hoy nos juntamos para celebrar la clausura del Año Jubilar. Es hora de dar gracias a Dios por los dones recibidos a lo largo de este Jubileo. Yo espero que hayamos descubierto con nueva luz y con más intensidad quién es nuestro Dios. Que lo hayamos descubierto mirando a Nuestro Señor Jesucristo, contemplando en su rostro el rostro de Padre que en Él se revela, y que es el rostro de la misericordia. Es hora de preguntarnos también qué poso ha dejado en nosotros y en nuestra Iglesia este Jubileo. Espero que en este año hayamos experimentado nosotros mismos el amor misericordioso de Dios Padre y, como consecuencia, que hayamos aprendido a ser más misericordiosos. Preguntémonos en qué hemos cambiado, qué tipo de comunidades o parroquias hemos alumbrado. Poner la misericordia en el centro de la vida y de la misión de la Iglesia y de todo sus miembros, pastores y fieles, ha sido el gran objetivo de este tiempo de gracia que el Señor, a través del Papa Francisco, nos ha donado a todos. Imposible contabilizar el número de personas que han acudido al sacramento de la misericordia -alma del Año Santo-. Han sido muchos los actos realizados en la diócesis, en los arciprestazgos, en las parroquias y en los institutos de vida consagrada. Recordamos con especial gratitud el Encuentro diocesano de la Misericordia en los primeros días de Abril, en que tuvieron un especial protagonismo las instituciones diocesanas que trabajan directamente al servicio de los más pobres, que nos contaron sus actividades y proyectos; el viacrucis de subida al santuario de Ntra. Sra. de Cortes; la numerosa presencia de diocesanos en el Congreso Nacional de la Divina Misericordia. Las distintas Jornadas diocesanas: la de migraciones, en enero; la de Manos Unidas en febrero; la jornada pro vida, en marzo; la jornada de la Enseñanza; la del enfermo en abril; el día nacional de Caridad, en junio; la jornada del Domund en octubre… han sido invitación interpelante a acoger, a compartir, a defender, a abrir las manos y el corazón, a hacer realidad las obras de misericordia, las corporales y la espirituales. Y, por citar alguna de las realizaciones de orden social, llevadas a cabo en este año, liderado por la delegación diocesana de misiones, se ha cumplido el gesto solidario diocesano de construir un gran salón de actos para los colegios San Pablo de Gokwe, la diócesis que preside nuestro hermano D. Ángel Floro, en Zimbabwe (África). La misericordia no es una devoción intimista y piadosa; no se reduce a un sentimiento de compasión sin obras de misericordia; tampoco tiene que ver nada con posibles formas de paternalismo humillante o de compasión superficial que no analiza las causas del sufrimiento. Para hacer la evaluación es bueno recordar el lema completo del Año Jubilar: “Sed misericordiosos como vuestro Padre celestial es misericordioso con vosotros”. Eso quiere decir que la misericordia es ante todo un don que se acoge: “Él nos amó primero”. Pero un don, que si es acogido de verdad, nos lleva a hacernos don para los demás. El Año de la misericordia, nos dijo el Papa Francisco, es para que la Iglesia redescubra el sentido de la misión que el Señor le ha confiado el día de Pascua: ser signo e instrumento de la misericordia del Padre (cf. Jn 20,21-23); para percibir el calor de su amor cuando nos carga sobre sus hombros para llevarnos de nuevo a la casa del Padre; para ser tocados por el Señor Jesús y transformados por su misericordia, para convertirnos también nosotros en testigos de misericordia. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre. En nuestras parroquias, en las comunidades, en las asociaciones y movimientos, en fin, dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia” (MV 12). El Papa Francisco quería que en el centro del Jubileo esté el sacramento de la Penitencia. ¿Hemos sido los confesores verdaderos signo de la misericordia del Padre? ¿Nos ha ayudado este año a crecer en entrañas de misericordia al administrar el sacramento de la reconciliación; en la forma de acoger, de escuchar, de aconsejar, de absolver?. “Misericordia significa, ante todo, curar heridas.” dice el Papa. Los Santos Padres vieron a Jesús como el Buen Samaritano para esta humanidad herida. Y Él ha querido que su Iglesia sea iglesia samaritana, que sea posada y posaderos, que se hace cargo del herido hasta su vuelta. En este sentido nos dice el Papa “al final de los tiempos, será admitido a contemplar la carne glorificada de Cristo sólo el que no se haya avergonzado de su hermano herido y excluido”. Queridos diocesanos: Cerramos el año jubilar, se acabó la procesión, pero la procesión ha de seguir por dentro. Se cierra el año jubilar, pero sigue abierta la puerta de la misericordia: “Porque es eterna su misericordia”. La Diócesis os invita ahora a entrar en la misión, que inauguraremos en la Vigila de la Inmaculada. Dice el Papa Francisco: “La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se encuentran con Jesús. En esta exhortación, quiero dirigirme a los fieles cristianos para invitarlos a una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría, e indicar caminos para la marcha de la Iglesia en los próximos años”. Y en el Programa pastoral de la Conferencia leemos : «Deseamos aprender a vivir como una Iglesia ”en salida” que sale realmente de sí misma para ir al encuentro de los que se fueron o de los que nunca han venido y mostrarles el amor misericordioso revelado en Jesucristo. "La alegría del Evangelio que llena la vida de la comunidad de los discípulos es alegría misionera"». “Los llamo para que estuvieran con Él y para enviarlos a predicar”. Vamos a dedicar un primer año a prepararnos para esta salida, porque para proclamar de manera fecunda la Palabra del Evangelio es necesario, ante todo, que se haga una profunda experiencia de seguimiento de Cristo, de discipulado. Discípulo es el que está con su maestro, aprende de él, lo conoce, lo ama, lo imita, ve cómo ora, cómo es su relación con el Padre, cuál es su cercanía a los que sufren; discípulo es el que es testigo de su muerte y de su resurrección. Esa es la experiencia en la que ahora os invitamos a entrar.
 Damos gracias a la Stma. Virgen porque sabemos que su ayudada ha estado muy presente en el Año jubilar que hoy clausuramos. La pedimos su ayuda para la Misión diocesana que, en la Vigilia de la Inmaculada; inauguraremos.

Amén.

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