SAN SEBASTIÁN, 50 AÑOS DE PARROQUIA

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lunes, 12 de agosto de 2013

COMENTARIO EVANGELIO 18 AGOSTO 2013

COMENTARIO  DEL EVANGELIO (Lc 12, 49-53)

                                                                                                                                                  

  (18 AGOSTO 2013)

“La historia del fuego”*

“Había un hombre que inventó el arte de hacer fuego. Tomó sus utensilios y se fue a una tribu del norte, donde hacía mucho, muchísimo  frío. Enseñó a la tribu a hacer fuego.
La gente estaba muy interesada. Les enseñó las distintas utilidades del fuego: calentarse, cocinar, etc. Le estaban muy agradecidos, pero antes de que pudieran demostrárselo, desapareció. No le preocupaba que se lo reconociesen, sino el bienestar de las personas.
Fue a otra tribu, en la que también enseñó el valor de su invento. También allí la gente se sintió interesada, demasiado interesada para que, al mismo tiempo, no se sintiera turbada la paz de las mentes de sus guías espirituales, que empezaron a notar que aquel hombre atraía a la gente en perjuicio de su popularidad.
Por eso decidieron deshacerse de él. Lo envenenaron, lo crucificaron, le hicieron todo lo que podáis imaginaros.
Luego se asustaron ante la posibilidad de que la gente se volviera contra ellos, pero eran tan astutos como malvados.
¿Sabéis lo que hicieron? Tenían un retrato del hombre y lo pusieron en el altar principal del templo. Colocaron al pie del retrato los utensilios para hacer el fuego, y se obligó a la gente a reverenciar el retrato y los utensilios.
Lo hicieron durante siglos. La veneración y el culto continuaron, pero del fuego, nada de nada”.
Después de leer esta historia bien podemos decir que “cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia”. ¿Está vivo hoy el “fuego” que encendió Jesús?
“División”, “angustia”, “fuego” son palabras que aparecen en el evangelio de hoy.   Puede parecer que no encajan en el estilo y el mensaje de Jesús, pero ahí están para “inquietarnos”, para ayudarnos a reflexionar y a comprender esa parte más difícil y exigente de su seguimiento.
Un primer dato que quizá nos pueda ayudar a entender el pasaje es caer en la cuenta de que estamos ya en la subida de Jesús a Jerusalén y San Lucas nos invita a caminar con Él para compartir su muerte, resurrección y ascensión al cielo. El evangelista pone en boca de Jesús la explicación de su propia misión: “prender fuego a la tierra”. Esta misión pone en tela de juicio al mundo, su forma de funcionar, sus antivalores, todo lo que hay en él y es contrario al Reino de Dios. Pero, a la vez, el mundo “se defiende”  y va a condenar al profeta de Nazaret: “Tengo que pasar por un bautismo”.
Esa lucha, esa tensión entre lo mundano y lo evangélico afecta a la convivencia, a los grupos humanos, a las propias familias produciendo divisiones. No todos respondemos igual ante la invitación, ante la propuesta, ante el testimonio que Jesús nos brinda. Esa oferta de amor, sentido y esperanza es acogida o rechazada misteriosamente, individualmente por quienes la conocen.
Él no ama la división, pero sabe que se producirá por su causa, porque no todos respondemos con la misma generosidad al modelo que nos brinda en su vida, en su persona. Hay quien abre su corazón por completo, y hay quien se cierra, se defiende, se opone, …
Es chocante que quien ofrecía continuamente la paz a la gente humilde y sencilla, diga hoy: “No he venido a traer paz”.  Pero ¿de qué paz está hablando? El  Señor no trae la paz de los cementerios, no trae la paz que hunde sus raíces en la opresión y el miedo de los débiles, no trae la paz de la indiferencia y el pasotismo,  no trae la paz tantas veces comprada con el silencio (no hablar de ciertos temas en el seno de la propia familia para que “tengamos la fiesta en paz”) … Él nos ofrece la paz de dentro, la que no depende de los acontecimientos externos, la que nadie nos puede quitar, la paz de su presencia, de su amor misericordioso, incondicional y para siempre.
Quizá nos pueda ayudar para la revisión personal recordar tantos testimonios de creyentes  comprometidos de los que decimos que “les quema” por dentro el fuego de la Palabra, del amor cristiano. ¡Cómo nos admira su labor, la obra que realizan, el bien que hacen a los demás, su capacidad de transformar la realidad! Y nos preguntamos “¿Por qué yo no?”
 El fuego vivo del Señor necesita el combustible de nuestra generosidad, de nuestra fe. Con mi entrega, con mi amor, ¿estoy dispuesto a mantener vivo en fuego de Jesús?

*Origen desconocido





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